Han pasado ya once meses desde la reserva hasta nuestra visita al mejor restaurante del mundo. Durante estos meses he dudado de si sería capaz de apreciar con rigor y objetividad aquello que nos quieren transmitir Joan y Jordi Roca con cada uno de sus platos.
Comer en El Celler de Can Roca es un divertimento, un ejercicio gastronómico lúdico, que abre la mente del comensal para que absorba con los cinco sentidos, todos los ‘inputs’ que le son bombardeados durante las tres horas que transcurren en la degustación del Menú Festival, desde que cruza la puerta del restaurante hasta que termina el último plato. Es indudable que las materias primas son de gran calidad, y la elaboración y presentación ha sido diseñada para que podamos percibir los aromas, sabores y texturas en su estado más natural.
Son 21 presentaciones: 7 entrantes, 3 primeros, 6 de pescado, 2 de carne y 3 postres. A destacar en los entrantes el denominado “Comerse el mundo”, con la representación de pequeños bocados de: Méjico, Perú, China, Marruecos y Corea. De los primeros merece una mención la “Comtessa de espárragos blancos y trufa”, a la manera de la conocida tarta helada. En relación a los pescados, los más sorprendentes son: la “Ensalada de anémonas, navajas, espardeña de mar y algas escabechadas” y la “Cigala al vapor de Palo Cortado, bisque a la velouté y caramelo de Jerez”.
Respecto a las carnes tanto el “Mandala especiado de flor de alcachofa, ventresca y mollejas de lechal, …” y la “Trilogía del pichón”, son excepcionales. De los postres los más originales son: el “Helado de masa madre con pulpa de cacao, …” y la ya conocida “Manzana de feria”; aunque la “Anarkia de Chocolate” también nos sorprenda con su composición de innumerables elementos realizados con diferentes tipos de chocolate y texturas.
El Carrousel Gastronómico
Durante años hemos podido realizar este ritual, en diversos establecimientos gastronómicos donde ejercen reputados chefs, y en El Celler de Can Roca, desde el primer momento, tanto el personal de recepción como el de sala han sabido transmitir su cordialidad y atención, sin propasarse en su función. El tempo del servicio y la temperatura de los platos ha sido estudiado a la perfección, y, a pesar del número de personas que intervienen en el ir y venir de estos platos nadie da un paso en falso, todos y cada uno de ellos, como en la ejecución de un ballet, saben su cometido y acompañan al comensal, plato a plato, hasta el tan temido final. Final con bonus, ya que, al comentar que era el día de nuestro aniversario de boda, tuvieron el detalle de obsequiarnos con un delicioso pastel.
Al término de esta inolvidable velada nos han ofrecido la posibilidad de visitar la cocina, ya casi sin personal e impoluta, y, cómo no, pudimos saludar al director de ésta magnífica orquesta, Joan Roca, que muy amablemente ha departido con nosotros, como tiene por costumbre hacer. Para terminar tomando el café acompañado de una selección de petits fours en el jardín, digno colofón de una gran velada.
En fin, los tres hermanos Roca han sabido transmitir al dedillo aquellos valores que les han sido legados por sus progenitores y han ido forjando con esfuerzo, día a día, desde la creación del Celler de Can Roca. Felicidades.